noviembre 10, 2006
EL DIENTE.
Partiendo de que lo que ven es lo que ven, no debiera haber explicación. No hay explicación. Lo que ven es lo que ven. Y está ahí en la calle, tengo entendido que desde hace muchos años. Sólo quisiera asomarme, quizás por un oído, y ver qué pensaba el autor de este “monumento habitable”. No sé si el dentista que atiende dentro de esta macro-muela ha pensado, alguna vez, que si él tiene sus aparatos y su consulta en el hueco de una muela, en definitiva está atendiendo “en” una caries. Un hueco dentro de una muela es una caries, eso es un hecho. Y si le caben sillones, un revistero, un escritorio para una secretaria, la secretaria, el dentista, su silla, el taladro, todos los accesorios y la víctima-cliente, estamos hablando de una caries de muy respetables dimensiones.
Todo esto me remite a ciertas treorías como las del universo dentro del universo o el macrocosmos y el microcosmos. Yo, adolorido poseedor de una caries que me molesta hasta el punto de acceder a visitar a esa suerte de sádico titulado que es el odontólogo, llego a la consulta y me siento dentro de una caries perforada, dentro de la cual van a tapar la mía con resina y porcelanas. ¿El dentista lo habrá notado? ¿Ha tomado conciencia del sentido retorcido de lo que plantea? Porque a lo mejor el planeta entero no es más que el protón de un átomo de una molécula de muela de un ser de proporciones inimaginables, pero de eso ni nos enteramos ni alterará el ritmo del universo descubrirlo. Pero la muela- consultorio es evidente, está ahí frente al Parque España. Podría morderme y morderte. O una mañana podríamos descubrir que el dentista, la secretaria y algún infortunado cliente han quedado atrapados por toda la eternidad dentro de la macro-muela misteriosamente reparada por un dentista gigante, inmovilizados en su mirada de terror envueltos completamente en porcelana sanadora. Ricardo Cie
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