Como Will Smith, o mejor dicho, como Robert Neville, sobrevivimos en este país devastado buscando (algunos) - esperando (los más) una cura, una esperanza, un resquicio de optimismo para creer que podemos llegar al siglo XXI, reparar los daños, reconstruir el hogar.
Estamos solos, hablamos con nosotros mismos, y ya ni nos damos cuenta de que solo rebuscamos entre la basura.
La ciudad está en ruinas y los caminantes de las sombras acechan.
Así es.
Al amanecer nos levantamos, lagañas al vuelo, en carrera frenética para ver si sale algo de agua de las cañerías. Llenamos la sala de botellas, tobos, botellones y palanganas. Nunca se sabe cuándo va a volver. Tanques de gasolina abandonados hay en todas partes, el combustible no es problema, pero el agua… el agua es otro asunto.
Cada vez tenemos que ir más lejos a buscar los alimentos. Gastamos más y más tiempo cazando lo que necesitamos para comer. Las latas viejas son un premio, la leche causa de llanto (por alegría). Husmeamos en el interior de carros ajenos, en las bolsas de mercado, en las ventanas de otras casas a ver si tienen lo que no conseguimos. Papel de baño, café, azúcar. Pasamos por pilas de dinero sin prestarles atención. El dinero ya no sirve para nada. No tiene valor en una situación así. Es solo papel usado.
Nos inventamos rutinas para no volvernos locos, no arrancarnos los cabellos de la desesperación. Hacemos que vamos a la oficina, que cumplimos un horario, nos disfrazamos de normalidad. Vamos por las calles destruidas, con huecos, las construcciones abandonadas, la basura acumulada, la miseria, tratando de vivir. Simulamos. La verdad es que nuestro ser en su totalidad está preso de la sobrevivencia. A cada paso pensamos si no habrá una trampa de los caminantes, si no se caerá un edificio, si vamos a volver al resguardo de casa en la noche. ¿Vamos a estar mañana?
Algunos días nos levantamos en el baño, porque dormimos allí cuando empiezan los ataques nocturnos de los caminantes acorazados y tenemos que abrir el agua caliente para respirar algo mejor con el vapor. Nos lanzan gases, gruñen, arañan las paredes, tratan de que salgamos y nos pongamos a su alcance.
Hay que correr a encerrarse antes de la caída del sol. Sin excepción. Los caminantes ya no respetan puertas. No basta con dejarles señuelos de comida. Nada. La ciudad, una vez que llegan las sombras, son su dominio absoluto y ya no parecen querer cosas, parecen disfrutar enormemente con matar. Las sangre los fascina. Y como cada vez quedamos menos…
Al igual que el agua o la inocencia, no hay instituciones, o ley, u orden alguno. Gobierna el miedo y los caminantes. Andrajos y desenfreno destructivo.
Como Robert Neville. Nos cuentan que muy lejos, en otros países, hay vida normal y niños que se ríen en los parques y vives de lo que trabajas y puedes progresar. Que los pocos caminantes que se encuentran son confinados donde no pueden hacer daño y las leyes se cumplen. Cada vez es más difícil de creer. Debe ser un engaño. ¿Será posible que retomemos un rumbo civilizado? Lo dirán los historiadores.
Seremos exterminados
o seremos leyenda.
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