julio 31, 2007

05-06-07 y Eliseo Alberto.



No, no es un conteo, es una fecha. Cinco de junio del 2007. Ese día, a eso de las dos de la tarde, nos sentamos en un restaurant con Eliseo Alberto, Lichi, el escritor.

La guayabera negra no podía obviarse porque el hombre es grande, lo que quiere decir que había mucha guayabera. Mi silla estaba delante de él, del otro lado de la mesa, invitado extra porque no tenía nada que hablarle sino más bien mucho que oírle.

Cuando llegué, hablaban del documental de la filmación de una película muy vieja sobre extraterrestres que llegaban a Cuba. Lichi contaba, primero con una cerveza, luego con un tequila, que la película era una cosa casi naif, rodada con actores sacados de las casa del pueblo y con unos efectos que más bien parecían defectos. El caso es que hay un plano de esa película, que el editor dejó fuera del montaje final, donde se ve y está en el documental, que era más o menos así: la cámara enfoca desde lejos a la iglesia del pueblo. Se acerca poco a poco y enfoca el campanario, dando vueltas alrededor de él sube, sube, sube y enfoca la campana misma del campanario. Se acerca, se acerca, entra por el arco que deja ver la campana, le pasa por un lado a la campana, sale por el otro arco, flota bajando por encima de la calle, enfoca la casa frente a la iglesia y se mete por la ventana. Fin.

Un plano así no tendría nada de extraño hoy, pero hace más de 60 años con el equipo de filmación que podía tenerse en un pequeño pueblo de Cuba… ni Orson Welles.

Total que en el documental le preguntan al director que por qué no pone ese plano en la película y que cómo se hizo. El director contesta: No lo pongo en la película porque yo soy el director y yo no hice ese plano. Con respecto a cómo se hizo, no tengo la menor idea porque el equipo de producción que estaba conmigo no lo hizo. Ante las dudas que surgen y la pregunta directa del entrevistador del documental, sobre la autoría de la toma, el hombre dice inmutable: ¿Qué quién la hizo?¿Y quién va a ser? La hicieron los extraterrestres.

Luego nos cuenta de San Antonio de los Baños, la escuela de cine en Cuba. Como depende del régimen y parte importante del régimen es la propaganda oficial, las autoridades deciden que en el primer curso de Cine de la escuela debe haber un Boliviano. Total que consiguen al boliviano y entra en el primer curso. El boliviano no es que no sabía mucho de cine, es que nunca había visto una película. Quién sabe de qué zona de cultivo de hoja de coca sacaron al pobre hombre, pero el caso es que se convirtió seguramente en el primer hombre en hacer un curso avanzado en una escuela de cine sin haber visto antes una película.

El caballito de tequila en las manos de Lichi se ve como cuando Gandalf, el mago del Señor de los anillos, come en la mesa de Frodo. Parece que va a romper el minúsculo vaso en cualquier momento con sus macizos dedos. También llora al revés. No llora, para ser honestos, porque en la mesa no se tocaron temas de llorar, pero sus lagrimales tienen malas las empacaduras o algo así y permanentemente hay líquido que sale de sus ojos, que en lugar de salir por donde a todos nos sale (por ambos lados de la nariz) le sale a él por la comisura exterior de los ojos.

Lichi sí habla de llorar. Nos cuenta de capítulos de las novelas escritos entre lágrimas. Difícil de imaginar un hombre tan grande, encorvado frente a una computadora, llorando a moco tendido, mientras teclea solo. Pero también es difícil imaginar que está aquí sentado este tipo, y es él el que ha escrito tantas páginas increíbles. Las de “Caracol Beach”, las de “La fábula de José”, las de “La Eternidad por fin comienza un lunes”, las crónicas, y esas son sólo las que yo he leído. Y es un tipo, como cualquiera de los que está sentado en la mesa. Bueno, más grande sí. Y bueno, es el único que llora para atrás.

Hablamos de todo y hay tiempo para recordar frases de esas que nos dice alguien y nos marca. Eliseo cuenta en momentos diferentes:
“Mi papá decía que es más difícil hacer las cosas mal, que bien”.
Y: “Mi mamá decía que la gripe, sin medicinas dura 15 días, y con medicinas lo que dura es dos semanas”.

Al saber que Arturo y yo somos venezolanos nos contó que a una tía de él la llamaron de la embajada de Venezuela indicándole que era descendiente directa del Libertador Simón Bolívar y que había una ley en Venezuela que permitía dar la nacionalidad venezolana de manera automática a cualquier descendiente directo de Bolívar. Arturo cuenta que su abuelo era de apellido Bolívar y que le pusieron de nombre Simón. Concluyen que por ahí tal vez son hasta familia y Eliseo completa diciendo: ¡Entonces, soy tu tía!

Se habló mucho del perdón. El perdón es tema recurrente de las novelas de Eliseo Alberto. El perdón, la pérdida, el amor, el sacrificio. “No amar a nadie es una inmoralidad”, escribe Beto Milanés en su libreta del soldado. Por esos caminos iba la conversación y Lichi estaba verdaderamente inspirado hablando del perdón. La coversación ya no era grupal, Lichi le hablaba a Arturo, volcado hacia él sobre la mesa, sus manos como aspas, emocionado. Una de esas aspas se enredó con una jarrita de leche que vino con los cafés. En su ascenso por los aires la enganchó y la hizo volar hasta aterrizar aparatosamente en el borde de la mesa donde estaba Arturo. La leche se escurrió por el mantel y empapó el pantalón de Arturo, que brincó de la mesa en fracción de segundo. Entonces Lichi mira a Arturo, pone cara del gato con botas de Shrek y le dice con voz finita: ¿Ves?¡Perdóname! Entre risas, Arturo lo tuvo que perdonar.



Quedó comprobado que las manos de Eliseo eran como esos tipos que parecen matones a sueldo pero duermen con un peluche. Vimos pasar los vasitos enanos de tequila por sus dedotes muchas veces y nunca rompieron ninguno. Perro que ladra no muerde. Creo que los tequilas le amplificaron los síntomas de una resfriado mal curado y sus ojos lloraron siempre al revés pero más. Eso no impide que tome el libro “La fábula de José”, después de decir que era para él su mejor novela, y la abra hacia el final para leernos con las cadencias y silencios con que lo escribió, el último capítulo. La mesa queda en silencio mientras en las páginas del libro se desencadenan huracanes. “Rabos de nube les decimos en Cuba”. Es mágico. Al menos yo puedo oir así toda la novela. Cuando la lee el autor se pueden ver las costuras, porque la leen como la escribieron, puedes sentir los matices reales, la cadencia, no tiene igual. Se tarda en ubicar el punto por dónde empezar a leer, sus lentes se paran de puntillas en el borde de la nariz y las lágrimas en retroceso ya hicieron un cauce entre las arrugas. De pronto lo veo cansado, como si le pesaran cosas. Poco después comenta que en menos de un año murió su madre y una hermana. Tal vez sea demasiado para 365 días.

Cuando nos fuimos, yo viajé con él en la camioneta que lo llevaría a su casa porque mi oficina quedaba en el camino. Me cuenta un rato de las veces que han querido hacer la película de Caracol Beach y cómo cada director ha querido cambiar el lugar y la nacionalidad de los protagonistas para adecuarlos a la suya y a sus intereses. Me cuenta de uno que quería cambiar una frase de un diálogo de la novela y le decía en su cara que ese personaje debía decir en ese momento algo “más profundo”. El le dijo: “Dime la frase “más profunda” que debería decir, no me digas que diga “algo” más profundo. Y cuando me digas esa línea “más profunda” te digo si la cambiamos o no”.

No entiendo para qué pagan los derechos de una historia que es de una manera para luego convertirla en otra cosa que no tiene nada que ver. En un show de Les Luthiers pasa algo parecido. En un momento el locutor dice: “La obra “las majas del bergantin trata de unos marinos de la corona que deben llevar a unos piratas por mar para ser juzgados en Cadiz. Es la adaptación de una novela de (…) y la adaptación no fue nada fácil, ya que la novela trata de un labriego que vivía solo con su loro (risas)…No fue fácil”. Así están algunos Directores.

Total que el Gandalff de guayabera se fue a su casa. No rompió ningún caballito, no tenía guardaespaldas, se mostró sin armaduras y nos ganó para siempre.

CUANDO LOS ANGELES SE REGRESAN



PARA EMILIA

-No pasa mucho, gracias a Dios, pero algunas veces los Angeles se regresan.
Esto me lo decía el viejo, sentadote en su trono burdo y grande, como quien está en una mecedora. No lo era, las patas eran macizas, pero él se agarraba de los brazos y se lanzaba hacia atrás con un cigarro humeante en la mano izquierda como si sí.
-No entiendo.
-Hijo, todos estamos aquí aprendiendo, la mayoría. Somos espíritus en la escuela. Cada vida un grado. Si no entendiste, repites. Es así para casi todos nosotros.
-Ajá.
-Pero hay espíritus, muy pocos, gracias a Dios, que no. No vienen a aprender nada porque ya lo aprendieron todo. Son sabios, inmensamente sabios y ya entienden a la perfección que todo el proceso se reduce a vivir el amor. Y cuando eso pasa, amas. NO hay más. Esos pocos vienen a dar. Y cuando demostraron su punto se van.
-¿Y quienes son?
-Aquí son niños. Así los vemos nosotros. Todos los niños parecen ángeles, pero algunos pocos, gracias a Dios, en verdad lo son. Vienen a dar su regalo, envuelto en papel de sonrisas y carreras, caricias y travesuras, rompen dos floreros, hacen rodeo con un perro, te llenan de amor y se van.
-¿así y ya?
-Ya no tienen nada que aprender. Se saben los exámenes y las materias, las manías de cada profesor. Vienen un tiempo, cinco meses, cuatro años, entregan su enseñanza y se van. Y no se van porque se aburran. Se van porque hay más enseñanzas que entregar. Son ángeles, es su trabajo. Además no son tantos, gracias a Dios.
-¿Y no los vuelves a ver?
-El que conoce a un ángel, lo ama. Y el que ama a un ángel no lo pierde nunca, porque un ángel deja el cuerpo pero se queda en el corazón. No son muchos, gracias a Dios, pero es imposible olvidarlos.
-Me gustan esos ángeles, pero hay algo que no entiendo.
-Dime y si sé, te lo explico.
-Si son tan marvillosos esos ángeles, ¿por qué cada vez que dices que son muy pocos, dices también que “gracias a Dios”?
Los ojos del viejo se quedaron clavados en los míos. Por un segundo me pareció ver en sus pupilas aparecer una grieta, de arriba abajo, como si por dentro se hubiera astillado. Su voz también se llenó de grietas y al verlo así a mí también se me aguaron los ojos. Cuando empezó a hablar parecía estarse desinflando.
-Ay, hijo. Digo “gracias a Dios” porque son maravillosos, pero es muy difícil, muy difícil, verlos partir.
21/07/07