marzo 13, 2012

Tropi-Christmas




ESTA ES OTRA COLABORACIÓN AL BLOG DE LOS HERMANOS CHANG. BAZAR NAVIDEÑO, DICIEMBRE 2011. TODOS LOS TEXTOS Y EL EDITORIAL VALEN LA PENA Y ESTÁN AQUÍ

Los estereotipos son un asco. La navidad está llena de estereotipos. Saque usted sus conclusiones.

Nuestro país, que ya sufre la maldición estética revolucionaria con estrellas-fondo-rojo por doquier cuando no amplísimas variaciones de mezcolanza tricolor (también con estrellas pero OCHO, ¡OCHO! no-te-vayas-a-equivocar) acaba por caer en coma de buen gusto apenas asoma noviembre con la sobredosis “adornante” de nieve y abrigos y pinos escandinavos sobre la capa previamente detallada de motivos bicentenarios-autóctonos-sovieticosos en refulgente technicolor.

Así vemos superponerse capa sobre capa de cursilismo gráfico y visual de muy difícil digestión.

Entiéndase bien, no soy una versión criolla del Grinch (aunque me han acusado de tener el mismo carácter). No. Tengo un hijo pequeño y disfruto su emoción por la Navidad. Pero esta tropi-Christmas me cuesta mucho digerirla.

Y no lo estoy diciendo porque me han echado los chismes. Lo viví como protagonista. No hace tanto tiempo, un fin de año de esos en que el dinero escaseaba y la quiebra me seguía oliéndome el trasero cual cacri, acepté hacer de San Nicolás en un Centro Comercial. En Nueva York no, en Valencia, estado Carabobo. Debía meterme en el pellejo de Santa Claus en la ciudad industrial de Venezuela.

Ahora imagínese usted a un ser inocente y todo candor, abrigado para soportar la crueldad del frío del Polo Norte, acostumbrado solo a regalar y sonreír, que pasa su vida hablando con duendes o con renos, en un “Mall” frente a una construcción de Metro abandonada 2 años y a 34 grados a la sombra allende la autopista regional del centro, en la Avenida Bolívar de Valencia.

¿Qué puede ser de ese señor?

Pues ese señor, primero, suda como cerdo en su propio sábado. Destila agua salada. Es todo una gran glándula sudorípara. El peluche de la barba se le mete, húmedo e impresionantemente pegajoso, a la comisura de los labios, al interior de los párpados, repta resbalosamente por los huecos de su nariz y le provoca sarpullido.

Ese señor empieza su aventura del otro lado de la construcción abandonada, es decir, con un boquete en la calle de ocho metro de ancho, diez de profundo y cientos de metros de largo enfrente, relleno con 2 AÑOS de lodo, basura, larvas de mosquito y, juro que lo ví, algunas babas distraídas.

Ese señor camina medio kilómetro hasta un cruce de endeble madera y finalmente llega al Centro Comercial. Desde que arriba a las afueras del templo de consumismo, los niños lo miran estupefactos, se acercan con mezcla de emoción y temor, los papás le lanzan algún tripón con las manos llenas de “chigüí” que le tiñe partes de la barba-peluche de naranja fosforescente, algún gracioso quinceañero le pellizca el relleno de la nalga y le sacan decenas de fotos con teléfonos celulares.

Porque debo aclarar que en aquella época yo pesaba unos 52 kilos y me podían contar las costillas sin tocarme. Así que para encarnar al rozagante polo norteño debía rodearme de almohadas y bolsas de relleno de cojín. Arriba, el abrigo peluchístico rojo y blanco, gorro, botas, cinturón y detalles de semi-cuero y unos lentes de la tía de alguien que tenían graduación (siendo yo 20/20) así que además de sufrir al menos 10 grados más que los 34 de la calle, yo no veía un carajo.

Pero volviendo a la historia central, una encargada del “Mall” (léalo en castellano y así era como yo lo vivía) rescata a ese señor y lo lleva a su trono. El señor piensa que dentro del Centro Comercial mejorará su sufrimiento pero pronto nota que el Aire Acondicionado no funciona, que el “Mall” tiene el triple de gente de lo que su capacidad permite y que el bendito trono también es de semi-cuero, por lo que el calor no ha hecho sino comenzar.

El pino, al lado del trono, ya es marrón, porque NO ESTAMOS EN CANADÁ y lo cortaron en agosto para meterlo en un conteiner, viajó hasta Suramérica y fue puesto como adorno más o menos en la tercera semana de octubre. No solo no es verde, sino que pincha porque está seco. Pincha sobre el peluche de la barba del señor, sobre su sarpullido y sobre la madre que lo parió.

Al señor lo tienen amenazado. Le controlan hasta el lenguaje. Él quisiera decir, venezolanamente: Coño, pana, no me jodas, qué calor. Pero eso debe decirlo traducido al polo norteño. Y eso en polo norteño se dice: Jo. Jo, Jo.

“Quítateme de encima de la rodilla, carajito pendejo, que tú tienes por lo menos 17 años” se dice: Jo Jo Jo

“Tú sí te puedes sentar en mis piernas mamita, con bebé y todo”: Jo Jo Jo

¨Coño, se me desprendió la barba”: Jo Jo Jo

“Qué chimenea, muchacho pajúo, aquí no hay de esas vainas. Entraré a las casas como hago el resto del año, con patae`cabra”: Jo Jo Jo

A ese señor, le ponen un enano al lado disfrazado de duende (o sea, vestido de verde) con prontuario policial que a los pocos minutos le susurra que si le guarda unas carteras que le robó a los visitantes entre el relleno, porque él es muy chiquito y se le pueden notar en el disfraz.

A ese señor le ponen una corneta enorme al lado del trono, con melosas canciones navideñas en inglés a toda mecha a dos cuartas de la oreja y le piden que sonría.

A ese señor, en el momento cumbre de su presentación, le empiezan a lanzar una especie de espuma de afeitar en espray que se supone que es “nieve” y le insisten en que sonría.

Ese señor se paró de pronto al grito de: “el coño de la madre”, se sacó el abrigo con relleno y todo, dejó esparcidas unas 7 carteras robadas, empujó a 4 niños y dos embarazadas y salió corriendo para no volver, lo que significa que tampoco cobró.

No me pueden pedir que me guste esta fiesta-melcoha-gringocristiana región 4.

Lo único en que no le gana a una fiesta nuestra y sin espejismos bajo cero, es que la verdad, ganarse una plata en diciembre vestido de Niño Jesús, podría ser más fresquito, pero mucho más jodido porque tendrías que estar echado en un montón de paja, en pañales y no podrías esconder tu identidad tras la barba de peluche.

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